Cuando nadie me ve

 “pues si pareces normal“


Una profunda empatía permite verme al otro lado de las puertas.
Me encanta reír, reír en buena compañía. Pero reír de verdad, esas risas con miradas de complicidad, de quien se sabe en presencia de lo Real, aunque no sea consciente muchas veces en ese momento.

Sin embargo, cuando cierro la puerta, pasan las horas y la oscuridad amenaza mi mente, cuando la confusión me invita a la duda del camino escogido o cuando todo aquello que “no se nota” acecha sobre mi alma.
Ésta ya no se seca, despierta con el gozo de esa Presencia, vivida entre esas risas y complicidad. Una alegría dulce, pacífica, que se amplifica con cada memoria y me dibuja una ligera sonrisa.
Así, encuentros con diferentes personas se convierten en un alimento inesperado para el alma, que está vivo, que nunca caduca, que siempre crece. Queda establecido un vínculo sin palabras vacías, sin ninguna intención concreta, sin promesas entre nosotros. Y aun así, es el vínculo más sólido y verdadero que jamás podíamos ni imaginar, siempre vivo dentro del alma, porque cuando la puertas se cierran y la oscuridad agazapada se abalanza sobre mi mente, su Presencia se hace más fuerte.
Poco a poco esta dinámica, con Su luz se ha colado en las heridas que ya no sangran y puedo sonreír porque es cierto, vuelvo a “ser normal”

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