El Autor del deseo
La esperanza del hombre se ha ido apagando. Intenta
sobrevivir, se ha conformado; quizás resignado a pensar que para ganar siempre
tiene alguien que perder. Y comienza la lucha
por sobrevivir, esto es a costa de … no importa, porque
no hay valores que permanezcan, todos fluctúan alrededor del hombre, en directa
dependencia, adecuados a su fin; se trata del dicho popular: el fin justifica
los medios. Así, bajo esta dependencia nace la indiferencia hacia el otro
más o menos velada.
¿Y cuál es es fin que todo lo justifica?
En pasitos cortos, se puede pensar que el fin es terminar
un proyecto, llegar a tiempo a un evento, salir con una determinada persona …etc.
Pero se puede hacer una lectura más amplia, porque cada uno de estos propósitos
en conjunto, convergen en una aspiración, un deseo que incluso la más oscura de
las almas tiene y tendrá, aunque esté enterrado. Es un deseo impregnado en lo
más profundo del ser, y aún en esa profundidad, es el que opera en cada vida,
es el motor de cada acción, de cada pensamiento, de cada mirada, de cada
palabra, es el deseo de una felicidad plena, una tendencia innata que hace al
hombre estar en constante búsqueda de satisfacción.
Estoy tremendamente agradecida, por haber conocido la Fuente
de donde nace ese deseo, porque es el motor del hombre, de cada movimiento, de
cada ilusión, de cada esperanza. Porqué sólo conociendo de donde vienes, puedes
reconocerlo en cada proyecto, en cada encuentro, en cada situación. “por Él nos
movemos y existimos”.
Se puede decir que ese deseo puede llegar a perfilar la
personalidad de cada hombre, (no a la persona en sí misma) dependiendo de donde
acuda para satisfacerlo, y de la misma manera define su vida, sin darse cuenta
(aunque si en algunos casos)
Pienso que la esperanza del hombre se apaga, cuando se conforma
con la satisfacción inmediata que produce el fin más o menos accesible; se
niega y huye de la frustración que conlleva el experimentar de nuevo sed, si
cabe, mayor que antes.
Pero en cualquier momento, el Autor del deseo sale a su
encuentro, iluminando y dando sentido a la sed del corazón. Y entonces el alma
nunca más se seca, porque ha conocido Aquel que sabe saciarla.
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